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Taller Literario 2015

Biblioteca Popular "José A. Guisasola"

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Taller Literario 2016

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La Magia de los Pinceles. Por Isabel Racciatti. Nivel A - Módulo 2 - Consigna 2 gamma


Lo que más tarde llamaríamos una hermosa pintura comenzó en Francia un diez de febrero de 1998. Felipe era un pintor de 37 años y no muy reconocido porque sus obras no eran vendidas. A él le gustaba coleccionarlas.

Su atelier era pequeño, oscuro, frío cubierto de cuadros, espejos, alfombras y velas encendidas, sin muebles y solo tenía un baúl antiguo que se lo había regalado su abuela.

Un día, el pintor, puso un aviso en el diario de la zona solicitando una modelo de origen mestizo para ser su nueva obra, estaba cansado de pintar rubias.

Esa tarde, mientras tomaba su cuarto vaso de vino, preparó un lienzo, oleos y pinceles, ya estaba listo para pintar. Alzó su mirada y tras uno de los espejos, creyó ver a una mujer morena envuelta en un grueso abrigo, ella sin decir nada posaba intrigada. Con voz suave Felipe le dijo: ¡Serás una modelo haciendo un desnudo! Trataré de no tardar mucho.Ella con mucha vergüenza dejó caer su abrigo. Él quedó deslumbrado ante esa figura, con piel aterciopelada, ojos claros y una sonrisa cautivante.

Comenzó a dar sus primeras pinceladas, el negro, el blanco, el marrón, el celeste, empezaron a esfumarse, como por arte de magia las horas pasaron, los pinceles danzaban, las velas ya no alumbraban, y en la mente de Felipe unas preguntas se repetían sin cesar ¿Quién era esa mujer?, ¿Dónde vivía?, ¿Qué hacia?

Luego de varios minutos había terminado, más que una pintura era una fotografía realizada.

Felipe entornó los ojos y al volverlos a abrir, la mujer ya no estaba, se acababa de esfumar sin decir nada.

Pasados varios años, su atelier cambió, hoy tiene luz, paredes de colores, un fogón encendido, sillones, mesas, candelabros y su pintura más amada.

Y ahora en la mente de Felipe ya no suenan esas preguntas que se repetían mientras pintaba a la morena, ahora en su mente solo se repite: “Mujer morena te fuiste, ¿Por qué no dijiste nada?, me enamoré sin querer, te amo y no sabes nada.

Sentado en su antiguo baúl cierra sus ojos pero vuelve a la realidad por un llamado en su puerta.

Cuando se acerca al umbral, sus ojos se abren más que nunca, al reconocer el abrigo, la mujer ya no era la misma, era morena, de piel aterciopelada, pero de cabellos plata, y le hace una pregunta: ¿Tú tienes un cuadro de una morena joven?

Sí, le contesta él, nunca la pude vender. Es el cuadro de mi amor eterno.

Ella sorprendida, deja caer su abrigo, y le dice que la vuelva a pintar.

Los pinceles nuevamente comienzan a danzar, el ambiente envuelto con los densos vapores de los oleos… y es en este momento, que Felipe al pintar esas curvas que reconocía de memoria, se da cuenta de que la morena regresó por su amor.



Isabel Racciatti
Modalidad: a distancia
Campus Virtual – Profesora: Julia Martín
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Junio de 2015

EL DIVÁN ROJO. Por Fidel José García. Nivel A – Módulo 2, consigna 2 gamma


La luz que se filtraba desde el ventanal daba directamente sobre el atril.
El lienzo aun virgen esperaba las caricias del pincel cargado de óleo.

La ceremonia del bosquejo había finalizado, los trazos de negro crayón mostraban un bello cuerpo sentado lánguido sobre un diván.
Las piernas recogidas resaltaban la belleza de sus formas, los pechos pequeños y erguidos y la cabellera se deslizaba sobre su rostro, como claras señales de juventud.

Eduardo miró a su modelo:

—¿Estás cómoda? —le preguntó.

—Adelante —respondió ella.

Tomó el pincel dispuesto a comenzar la tarea, lo pensó mejor, lo dejó nuevamente sobre la paleta, se acercó a Nicole, la tomo por los hombros y besó con pasión, Nicole lejos de oponerse, lo abrazó amorosamente.

Luego soltándolo suavemente le reprochó:

—Tendré que ubicarme de nuevo amor, me moví toda.

—Eso no me preocupa, lo que sí me preocupa es esta situación, si llega a sospechar algo... sabemos que es capaz de cualquier cosa.

El silencio se apoderó del lugar, por largo rato ninguno se atrevió a romperlo.

—Estoy preparada para lo que sea —dijo por fin Nicole— no puedo más, cada vez que me toca siento que voy a vomitar, y el parece adivinarlo, entonces es cuando más me exige, me aprieta de tal manera que marca sus dedos en mi piel, y me dice amenazadoramente: “Si me dejas te mato a vos y a la basura que se atreva a quererte”.

Eduardo se llenó de dudas, ¿valía la pena exponerse así?, ¿y si además de ellos dos, se la tomaba con su mujer? Adriana era buena, sensible y bonita, sólo que había perdido el fuego, la pasión de los primeros tiempos ¿o había sido él quien la perdió?

No era eso lo que ahora importaba, el tema era que había demasiada gente en riego a manos del psicópata novio de Nicole.

El chirrido de la puerta al entreabrirse le paralizó el corazón, la figura se recortó sobre el rellano, su mano sostenía el arma, los miró con mezcla de asco e indiferencia. “Pensaron que no me enteraría perros, hijos de puta” y antes que Nicole pudiera gritar le disparó a quemarropa.

Nicole cayó como una marioneta a la que le cortaron los hilos, la mancha roja de sangre se confundió con el color del diván. Eduardo miró con ojos de asombro, sin poder creer que aquello estuviera ocurriendo.

El disparo le dio en el centro del pecho.
Lo último que vio antes de morir fue a su mujer con la pistola aún humeante en su mano y su boca escupiendo sobre su cuerpo agonizante.



Modalidad: a distancia
Campus Virtual – Profesora: Julia Martín
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Junio de 2015

Reencuentro en la librería. Por Flavia Rago. Nivel A - Módulo 2 - Consigna 2 beta


Mauro divisó la librería y se dirigió rápido en esa dirección. Era cliente desde hacía mucho tiempo, desde la época en que estaba en la universidad estudiando para contador.Se había hecho amigo de Alberto, quien comenzó como empleado en la librería y ahora era el dueño, ya que la había heredado al fallecer su padre.Después de recibirse Mauro, como era de esperar el primer trabajo como contador lo obtuvo de su amigo, quien le pidió que llevara los papeles de la librería.

Aquella mañana, Mauro pasó por el local a tomar un café con su amigo y comenzaron la charla recordando su época de estudios.

—¿Te acordás de Ángela? —le soltó Mauro.

—¡Uh! Ángela, que habrá sido de ella. No la vimos más desde que decidió dejar el profesorado de historia. ¿Qué la habrá llevado a tomar esa decisión, no? Iba tan bien —comentó Alberto.

—Se mudó de casa en esa época. El padre no andaba bien de salud. Ella tuvo que trabajar y por eso dejó los estudios —recordó Mauro.

—Era bien parecida la piba —dijo Alberto.

—Sí, muy linda de verdad —reforzó Mauro—. Una vez tuve la oportunidad de hablar seriamente con ella, de su vida, su familia, lo que le gustaba hacer, de cosas serias y de frivolidades, que se yo. Pero la pasamos bien. Ella decía que estudiaba porque quería darle una vida mejor a los viejos. Yo le dije que estaba bueno hacer lo que a ella le gustaba. Que era bueno que quisiera ayudar a sus padres que tanto habían hecho por ella.

—¡El cabezón Espósito sí que era bravo! —continuó diciendo Alberto.

Mauro se dio cuenta de que no estaba escuchando a su amigo.

—¿Quién? —le preguntó.

—El cabezón Espósito… ¿Qué te pasa? Te quedaste pensativo, no me estás escuchando.

—Me quedé pensando en Ángela. En las charlas que teníamos —contestó distraído Mauro.

—Tengo que hacer un pedido. ¿Me aguantás un rato? —lo sobresaltó Alberto nuevamente.

—¿Eh? Sí, sí, hacé nomás —contestó Mauro.

—Me pidieron unos libros de historia nuevos, son para una profesora que se mudó la semana pasada al barrio —y se quedó pensativo.

—Che, ahora el que se quedó pensativo sos vos. ¿Qué te pasa? —soltó su amigo.

—Desde que vino a pedirme los libros que estoy tratando de acordarme, yo a esa mina la conozco de algún lado. Pero no puedo darme cuenta de dónde —decía Alberto.

—Capaz la encontrás parecida a alguien, solo eso.

Alberto salió para la oficina atestada de carpetas y libros pendientes de ingresar al sistema para poner a la venta. Localizó el teléfono y marcó un número decidido.

Mientras tanto su amigo hojeaba algunos ejemplares que había sobre el mostrador.

Cuando Alberto terminó de hablar por teléfono, Mauro se despidió.

—Bueno che, me voy. Se me hace tarde y tengo bastante laburo. La semana que viene paso.

—Bueno, dale. Nos vemos —contestó su amigo—. Cualquier cosa nos hablamos y nos juntamos a comer un día de éstos.

Sin más, Mauro salió de la librería.

A la semana siguiente, pasó como era su costumbre un ratito por el negocio de su amigo.

Conversaron por una hora, y en pleno debate estaban cuando se sintió el tintineo de la campanita de la puerta de entrada.

Los dos giraron al momento, atentos a quien entraba.

Una mujer muy bien vestida, formal pero sensual en su forma de mirar. Traía de su mano a un niño de unos diez años quizás.

En voz baja Alberto comentó a su amigo:

—Es la profesora de historia que me pidió los libros. La que se mudó hace poco al barrio. Fijáte, mirála bien. ¿No te hace acordar a alguien? Yo sigo pensando que de algún lado la conozco.

Mauro la miró totalmente sorprendido. Esa cara no era fácil de olvidar.

Cuando ella llegó al mostrador, su seguridad era máxima, no había dudas, era Ángela.

Se miraron largamente a los ojos y él solo atinó a saludar.

—¡Hola! —contestó ella.

Alberto los miró desconcertado, preguntándose de dónde se conocían.

—¿Vos sos Ángela, verdad? —preguntó Mauro esperanzado.

—Sí —contestó ella— ¿Mauro, sos vos? —preguntó a su vez.

—¡Sí! —dijo él alegre— ¿Qué haces tantos años, qué fue de tu vida? —quiso saber.

En ese momento, Alberto cayó en la cuenta de porque esa mujer le resultaba tan familiar, pero no la había asociado con ella porque le había reservado los libros con otro nombre.

—Alberto, ¿ahora entendés? —preguntó Mauro mirando a su amigo— ¡Es Ángela!

—Sí, sí —contestó él— Cómo no me di cuenta antes. ¿Te acordás de mí? Soy Alberto —le preguntó a ella.

—¡Uh! no me había dado cuenta de que eras vos —le dijo Ángela—. A veces soy tan distraída.

—¿Así que volviste al barrio? —quiso saber Mauro—. Y por lo que dijo Alberto, deduzco que finalmente te recibiste, ¿no?

—Sí, volví hace un mes, más o menos. Estoy dando clases en la secundaria —dijo ella contenta—. Me movilizó mucho la vuelta pero me hacía falta regresar a mis raíces.

—¿Dónde estabas? —preguntó Mauro—. Nunca supimos adónde te habías ido, perdimos contacto y no tuvimos más noticias tuyas.

—Nos mudamos a Bariloche, mi papá estaba muy enfermo y los médicos nos dijeron que el aire de montaña podía mejorarle un poco la calidad de vida —recordó ella—. Seguí mis estudios allá, me costó un poco más de tiempo recibirme porque trabajaba, pero finalmente lo logré.

—¿Y cómo están tus viejos? —preguntó Alberto—. ¿Siguen viviendo allá o se vinieron con vos?

—Mi papá mejoró un poco, pero sus pulmones ya estaban bastante deteriorados, así que al año falleció —dijo Ángela melancólica.

—Ah, perdón —solo contestó Alberto.

—No hay problema, no tenías porque saberlo —le contestó—. Mi mamá con el tiempo lo va superando. Ella se vino conmigo.

—¿Y el pequeño quién es? —quiso saber Mauro.

—Él es Tomás, mi hijo —dijo Ángela.

—O sea que estás casada —aseguró él.

—No precisamente —contestó reticente—. La idea de irnos a Bariloche no fue solo por la enfermedad de mi padre. Algún día te lo contaré —dijo pensativa.

Enseguida Mauro le dijo: ¿Qué te parece si tomamos un café algún día de estos y ponemos al día nuestras vidas?

Ángela le dijo que sí, retiró los libros que venía a buscar y se fue.

Una semana después, Mauro y Ángela se encontraron en un café, enfrente de la plaza del barrio.

Comenzaron a charlar animadamente de sus vidas, de lo que habían hecho a lo largo de los años que no se habían visto. Cuando ya estaban aclimatados, Mauro quiso saber más acerca del hijo de Ángela.

—¿Y qué pasó con el padre? —le preguntó.

—Nunca se lo dije —contestó temerosa Ángela.

—Pero ¿sabés quién es? —dijo Mauro al instante.

—Por supuesto que sé quién es. Pero preferí enfrentar sola el problema y no cargar a otra persona con los míos —y sus ojos se llenaron de lágrimas.

—Disculpáme Ángela, no quise hacerte sentir mal —le dijo Mauro tocándole la mano.

Ella la retiró suavemente y se secó las lágrimas con el dorso.

—Nunca se lo dije porque él no quería ataduras ni complicaciones —continuó ella— porque claramente me lo dijo en la cara la tarde que intenté contárselo. Sus palabras me llegaron hondo al corazón, y solo me callé —dijo llorando quedamente.

A Mauro los pensamientos se le agolparon uno encima del otro, recordó de golpe aquella conversación en la que ella le decía que se mudaban.

Finalmente ella soltó:

—Nunca te lo dije, porque el padre sos vos.


Modalidad: a distancia
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Junio de 2015

La importancia de la historia en la vida de un hombre. Por Azul Pacheco. Nivel A - Módulo 2 - Consigna 2 beta


Ernesto tenía una rutina estricta. Se levantaba a las seis de la mañana, a las ocho abría la librería, al mediodía almorzaba con Juan, —su amigo contador al que conocía de toda la vida—, luego dormía una siesta de treinta minutos y volvía presuroso a su trabajo, a la medianoche cerraba el negocio y nadie en el barrio sabía más de él hasta la mañana siguiente. Así, de lunes a lunes.

Ninguno entendía por qué Ernesto estaba solo. Era apuesto, todavía joven, alegre, tenía dinero…. Tampoco entendían qué hacía entre tantos libros todos y cada uno de los días de la semana.

A Juan le preocupaba que su mejor amigo viviera como un ratón de biblioteca y por eso, los sábados y domingos lo invitaba a alguna fiesta o al club con la esperanza de verlo aparecer algún día.

Ernesto era feliz apegado a su rutina y por más de que algunos amigos y vecinos intentaran modificarla, él no quería cambiar y así fue hasta el día en que Mercedes, la profe de historia, se mudó al barrio, alquiló la casa lindante a la librería y entró a comprar un libro.

Mercedes, como lectora fanática que era, se lo pasaba en el negocio de Ernesto revolviendo estantes en búsqueda de alguna obra no leída de Jo Beverley. Ella, enamorada del género histórico sentía por la autora una admiración desmedida y él, atraído por su charla, entusiasmo y amplia sonrisa, había creado un rincón literario, donde servía café a las cinco de la tarde, por el sólo afán de retenerla más tiempo en su local.

El barrio empezó a verlos siempre juntos entre lecturas a todas horas en la librería, por las noches charlando y riendo en el bar de en frente y los fines de semana cenando en algún restaurante y también en el club caminando de la mano.

La gente se acostumbró pero no faltó quien apostara por la ruptura. Pasó el tiempo, Ernesto y Mercedes se fueron a vivir a una casa nueva y pronto todo el mundo los olvidó.

Así son las verdaderas historias felices.
Mustias y olvidables.
Anónimas.
Sin final.



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Junio de 2015

Mi amigo, el pintor. Por Ana Mársico. Nivel A – Módulo 2. Consigna 2 gamma


Hace mucho tiempo, lo conocí a mi amigo. Todos lo llamaban “el pintor”. Era una persona, se puede decir “extraña”; creo que esa es la palabra que lo define porque tenía algo inexplicable que excitaba la curiosidad de todo aquel que lo conocía, mi amigo tenía una característica especial no permanecía demasiado tiempo en una ciudad, nunca me pude enterar porqué.

El pintor no era nativo de éste lugar, por lo que todos los habitantes del pueblo, lo miraban con desconfianza. Sin embargo, de a poco fue ganando un lugar entre ellos, pero claro, imaginen que pintaba mujeres desnudas. Si bien era todo un pionero para la época, la sensación que provocaba en las señoras de la alta sociedad, el escabroso individuo, era horrorizante.

Quien lo visitaba veía que siempre estaba recluido en su taller rodeado de lienzos, óleos y modelos que posaban desnudas. Recuerdo que logró hacer una muestra y fue gracioso, porque sólo concurrieron caballeros.

“El pintor” era más bien tímido y le gustaba la soledad que compartía perfectamente con sus lienzos, aunque a veces alguna que otra noche, se lo podía ver en el bar del lugar, charlando y bebiendo, tal vez demasiado, tanto que allí dejaba caer, como al pasar, todo el rencor y la tristeza que escondía diariamente.

Sus vecinas, (esas que siempre se ocupan de la vida ajena) decían que había una modelo que lo visitaba mucho, tan a menudo que en realidad creían que era su amante. Según decían era una chica preciosa, alta, flaca, morocha, de ojos verdes, alguien así muy parecida a Lucía, mi novia.

Su paso fue corto por aquel poblado, en realidad creo que su partida se adelantó cuando ese día toqué a su puerta. Jamás volví a saber de él…




Ana Mársico
Modalidad: a distancia
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Junio de 2015

Consigna 2 - Nivel A - Módulo 2

Consigna 2: escribir un cuento a partir de las siguientes ideas (optar por una de las consignas “alfa” o “beta” o “gamma”) que se proponen a continuación.

Extensión máxima: dos carillas.

Consigna 2 alfa: un hombre y una mujer, se miran a los ojos, frente a una farmacia.
Consigna 2 beta: el dueño de una librería, su amigo contador y cliente y una mujer (profesora de historia) que se acaba de mudar al barrio.
Consigna 2 gamma: un/a pintor/a, un lienzo, óleos, un/a modelo que posa desnudo/a y un tercer personaje que toca la puerta.

Nota importante: Acá las ideas son dadas en presente, pero los cuentos se narran en tiempo pasado ¡atención con los tiempos!

IMPORTANTE: Fecha límite de entrega de consignas 21 de junio.

Pautas de entrega

Archivo de consigna:
Los trabajos de escritura deberán ser enviados en un archivo Word.doc
El nombre del archivo deberá contener: el número de módulo, título de la consigna y el nombre del/la tallerista.
Ejemplo: M1 3alfa - Laura Martínez.doc

Esto es:
M1: Módulo 1
3alfa: consigna 3, alfa

Configuración de página:
La configuración de la página del Word deberá seguir las siguientes pautas para una mejor corrección:
Formato A4, vertical. Márgenes superior e inferior de 2,5 cm y derecho e izquierdo de 3 cm.
Tipografía Arial 12 puntos. Los párrafos deberán tener un interlineado doble.

Enlace para descargar Guía de presentación de consignas: AQUÍ


Ilustración: ©Sofía Escamilla ©CONACULTA – MÉXICO



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Si va a reproducir parte del contenido de esta obra, deberá citar la fuente.
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